Con Annia me paso al revés que con las demás Divas conocidas hasta ahora: era mucho más bonita que lo que se podía adivinar en sus fotos.
La primera vez que la vi llevaba blue jeans ajustados, botines negros y una chamarra de cuero que al quitársela dejaba adivinar, bajo la sugerente camiseta, unos bonitos pechos. Su piel blanca contrastaba con el cabello castaño oscuro, casi negro, tanto como su apariencia de niña lo hacía con su voz grave, decidida, como de la Doña (María Félix), con quien también compartía la forma del arco de sus cejas. Bajo esas cejas oscuras resaltaban, luminosos, unos ojos claros que no supe si eran azules o verdes. Tenía la nariz respingada y los labios carnosos, frutales y rojos. Sus orejas, pequeñas, eran las dos asas de un delicado jarrón chino, que culminaban en simetría la perfección del rostro. Tenía 25 años, pero parecía de 20.
La verdad es que la llamé sin siquiera saber a quién llamaba. Estaba desesperado en un hotel de la avenida Patriotismo porque primero me habían dejado plantado y luego me mandaron gata por liebre. En ese entonces no llevaba mi computadora y mi celular, un Nokia N93, tenía un sistema muy rudimentario de navegación que a duras penas me permitía abrir la página y los datos de las chicas. Así que la escogí al azar y me saqué la lotería.
De pronto me estaba besando con una niña bien que podría perfectamente haber llegado desde su casa en Lomas de Virreyes hasta el hotel escoltada por su chofer.
Annia no era una mujer sensual, pero sí una chica muy sexual. Casi sin preliminares pasamos al acto que inició y terminó sin protocolos ni formalismos, como quien sacia un apetito, pero comiéndose un manjar.
Totalmente desinhibida, se desnudaba como si tal cosa y orinaba con la puerta abierta. Su falta de pudor, por ser natural, resultaba encantadora. Y más por el contraste con su cara de niña bien.
Las primeras veces que hicimos el amor pensé que era un tanto fingida, pero con el tiempo me di cuenta de que su forma de gozar era tan deliciosamente impúdica como cuando iba al baño y, de tan directa, parecía falsa, pero no, así era ella: una fruta que se despoja de la piel y se ofrece sencillamente, sin mayor misterio.
Siempre lo chupaba con el preservativo puesto, pero antes de ponérmelo me lamía los huevos, esos sí al natural, y con la mano ensalivada me masturbaba suavemente, con maestría.
Desgraciadamente un día desapareció de la página de Divas, así, sin decir adiós. Recuerdo su manera de masturbarme, de chupármela viéndome a los ojos con su cara de niña y sus ojos de santa, su cuerpo compacto y firme de piel blanca, su melena oscura, el contorno apenas perceptible de vello púbico negro que rodeaba su vulva rosada, su manera de moverse arriba de mí, sus gritos naturales que parecían afectados, pero simplemente eran impúdicos.
Dije en otro momento que mi Diva favorita era Lulú, pero debo rectificar. Annia era mi consentida.
Y hecha esta confesión me despido. Este blog se cierra para siempre guardando el grato recuerdo de Annia, la hermosa niña.