¿Qué tan difícil es coger un 25 de diciembre? No es imposible, si lo que se busca es una extranjera. Las mexicanas tienen familia y van al recalentado de Navidad. Así me pasó con Annia (a quien por cierto aún no le dedico un muy merecido post) y con mi favorita, Lulú Petite. Pensé que lo mismo me iba a pasar con otras divas nacionales, así que decidí llamar a quien se estaba promocionando en la página, que resultó ser Gigi Love, una pelirroja de 1.65 m. de estatura y acento sudamericano. Sin embargo, quien llegó al hotel de Patriotismo donde quedamos de vernos fue una argentina rubia (teñida), que no se parecía a la de la foto.
Lo primero que se me ocurrió es que había caído en el viejo truco de una agencia que da gato por liebre, pero no, el fraude estaba en los retoques que le aplicó el fotógrafo que la retrató en México y por el que la agencia (porque finalmente sí la había) le cobró en 500 dólares. ¡Madre bendita!, la convirtió en otra mujer.
Ella misma se consideraba víctima del engaño del Photoshop. En algunas fotos donde sale vestida de Santa Claus nudista, sí se parece a ella. Con todo respeto, está mejor la invención del fotógrafo que la realidad.
Dada la fecha y la hora la cosa no estaba para regresarla en taxi, porque conseguir quien la reemplazara no iba a ser cosa fácil, así que me resigné.
Usaba un perfume de puta barata (pese a que cobraba caro) que no contribuía a crear una ambiente de erotismo y que para colmo se me impregnó en la ropa.
Nos desnudamos y ella me práctico una ablución con toallitas desinfectantes en el pene y en la zona del pubis. Parecía que estaba limpiando un pollo recién desplumando. Me la chupó sin pasión, mecánicamente, pero con todo se me puso dura. Luego de una mamada meramente de trámite me montó sin convicción durante apenas un minuto transcurrido el cual me pidió que lo hiciéramos de perrito. A ese punto yo lo que quería era terminar y pasar a otra cosa, así que más que de perrito me la cogí como a una perra mientras ella balbuceaba en pésimo inglés frases que se aprendió en las películas pornográficas.
Como yo ya no era más que una bestia fornicadora cuyo único interés era derramarse en esa perra que ladraba en el idioma de Shakespeare, no me afectó gran cosa. Si hubiera querido glamour ahí mismo se me desinfla y se acaba todo. Afortunadamente me convertí en un animal que echaba espuma por la boca y sin más trámite me vine moviéndola como si fuera una muñeca inflable. La compensación que me permitió llegar hasta ahí fue verle el rostro, en el que se reflejaban sus 23 años.
Una vez terminado me eché a un lado con la espada hacia arriba que seguía rígida y así se mantuvo por un tiempo, pues había sido una guerra de mentiritas y no una batalla sexual en toda regla. Gigi (qué ridículo suena) pensó que yo no había terminado, al ver aquello aún enhiesto, pero por desgracia si terminé, como perro insatisfecho tras un rapidín callejero.
Luego nos quedamos platicando un buen rato y, paradójicamente, fue la mejor parte de todas. La chica no tiene gracia para hacer el amor, pero es buena conversadora. Me contó toda su vida reciente: por qué se fue de Argentina (es cordobesa) y cómo llegó a México. A todo el mundo de su familia y amigos les dice que está en Venezuela, pues México tiene fama de ser un país en donde las sudamericanas vienen a prostituirse.
La verdad no me puedo quejar, porque de no haber sido con ella no me toca recalentada navideña aunque hubiera sido fría, como fue.
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